jueves, 12 de noviembre de 2009

Maestra Vida

Maestra obra
“Probablemente lo más anticomercial que se haya hecho jamás en el mundo de la salsa”, pregonó Rubén Blades en el año 1983, cuando lo entrevistaron y le preguntaron sobre el sentido del álbum de salsa más complejo y dramatúrgico que se haya producido en la historia. Así, 'Maestra Vida' es un compendio de situaciones y vivencias que parecen haber sido sacadas de los barrios más populosos y abundantes de América Latina. Un disco hecho con maestría y suprema sobriedad, sin dejar de lado el sabor y las exquisiteces que han hecho del latino la imagen de un tipo despreocupado y bohemio; pero que a su vez recorre los campos más tristes y deprimentes que puede experimentar un habitante de cualquier país subdesarrollado. Una obra de arte, maestra, que recorreremos en las siguientes líneas:

Primera Parte:

Prólogo: se inicia el disco con esta bella canción netamente instrumental, donde se desprenden pétalos de un florecimiento. El inicio de un día aparentemente común y silvestre, tranquilo y despejado, en un barrio cualquiera pero no en cualquier barrio. Un tema que dejó clarísimo el poderío musical que ostenta Blades en su composición, poderío que ha hecho que sea considerado por muchos como el creador más grande de la historia de la salsa, y uno de los más importantes músicos de la línea contemporánea.

Sobre el final de la canción podemos escuchar a los primeros protagonistas, especialmente al narrador de la historia: Quique Quiñones; quien comparte tragos con su hijo Calito Lito, y un tal Rafael da Silva. Ambientada en el año 1975, la historia nos lleva a la casa de Quiñones, quien nos cuenta de la historia de su padre, “Babá” Quiñones. Juntos viajan a un no tan lejano pasado y hacen saber a Rafael sobre sus raíces, donde habitan su padre, Ramiro Da Silva, su abuelo Carmelo Da Silva, y su abuela, la entonces mujer más deseada del barrio, Manuela Peré. Lo que da inicio al siguiente tema del disco.

Manuela: quizás sea la descripción más exacta de la clásica hembra latinoamericana; de cintura pequeñita y de piernas “criminal”. Se inicia la historia con la picardía y alegría que posiblemente falte después.

Carmelo (I): Quique Quiñones describe lo que su padre alguna vez le contara sobre Carmelo da Silva, sastre de oficio, un tipo desinhibido, algo bebedor, bribón de esquina, de gran corazón y sobre todo zalamero conquistador; el más querido del barrio, quien fijaría sus suspiros en Manuela.

Como tú (Carmelo II): en esta canción se inicia oficialmente el coqueteo entre Carmelo y Manuela; el típico cortejo latino, adornado con fino desprecio, pero a la vez con la nítida intención de llamar atenciones. Finalmente, Carmelo decide decirle a Manuela lo que realmente siente, ante algunas risas y atentas miradas de sus amigos del barrio.

Yo soy una mujer: Cumpliendo un antiguo sueño, Anoland Díaz, progenitora de Blades, ofrece su hermosa voz en esta canción, en la que Manuela, con cierta diplomacia, pone sus condiciones para iniciar el romance que la llevaría a la inmortalidad. La frase que habría que recordar: “Juro que hasta la muerte no dejaré de quererte…”.

La fiesta: El segundo tema netamente instrumental de la primera parte. Blades ambienta una típica reunión que celebraría, presumiblemente, el embarazo de Manuela tiempo después. Lo que más resalta de esta canción son los arreglos en los vientos, cortesía del no menos apreciable Willie Colón.

El Nacimiento de Ramiro: es el punto orgásmico de la felicidad en ambas partes. La canción, una obra de arte, describe todos los pasares de un padre de las condiciones de Carmelo, la alegría, preocupación y el “ya qué mierda” que se siente cuando ves pronta la llegada de un esperado hijo y las condiciones económicas no son tan favorables; “como nadie tiene plata, que to’o el barrio sea el padrino”, pregonó Carmelo; una rola llena de sabor, con la que muchos podríamos sentirnos más que identificados.

Déjenme reír (para no llorar): Luego del nacimiento de Ramiro da Silva, la crisis económica no se hizo esperar, y llegaron las malas para la familia Da Silva Peré. Entre campañas políticas y reducción de ingresos, Carmelo expresa lo que todo ciudadano tercermundista querría decir, ya cansado de tanta mentira y miseria junta. Esta canción pone fin a la primera parte de la producción.

Segunda Parte:

Epílogo: La última rola instrumental de la producción, pero que a su vez da inicio a esta, por demás triste y reflexiva, segunda parte. Ya no hay amanecer, ahora se viene el ocaso, y la melodía nos conduce a la voz de Quique Quiñones, quien, ya pasado de tragos, comienza a narrar el desenlace de cada historia iniciada en la primera etapa.

Manuela, después (la doña): como un eco lejano se escucha “Manuela, qué mujer aquella…”, los años han pasado y no en vano. Manuela, la otrora musa del solar de los aburridos, ahora es una anciana pasada de setenta y encorvada por los años, que va de madrugada a la iglesia para rezar por sus seres queridos. Finalmente, llegó al final de su accidentada existencia, viviendo miserias, muchas, pero la peor: tener que lidiar contra el malestar de tener a su único hijo en prisión.

Carmelo, después (el viejo da Silva): el punto orgásmico de la tristeza, capaz de arrancar lágrimas a cualquiera que pueda sentirse en algo identificado, “Carmelo, después” narra la historia desgraciada de quien alguna vez fuera el muchacho más famoso y querido de la barriada; ahora sufriendo por la pérdida de la mujer de su vida, y con el profundo pesar de no saber nada de Ramiro. Murió viendo el anochecer en su sillón, apretando el viejo anillo que su esposa le dejara “y por mucho que trataron, su mano abrir no pudieron…”. Hacia el final de la canción se escucha el pregón “juro que hasta la muerte no dejaré de quererte…”, dándole un final desgarrador, aunque algo esperanzador.

El velorio: Versión fúnebre, acompañada de música lenta pero siempre latina. Explicando sin mayores palabras el sentir del barrio que alguna vez cobijara a Carmelo, sin familiares directos presentes.

El entierro: Hermosa sinfonía que pone en manifiesto, una vez más, la capacidad creativa de Blades, quien esta vez toma el papel de un narrador anónimo, tratando de explicar el por qué de la ausencia de Ramiro en el entierro de su padre. El patrón de la fábrica donde recién había empezado a trabajar le habría negado el permiso para asistir. Llegó cuando todo había culminado, con todos los malestares y culpabilidades que eso pueda implicar. Además sumando el hecho de que tuvo que pagar los gastos de esa escueta ceremonia. La canción termina con los sueños y pesadillas de un hombre que parece cargar en sus espaldas el peso de dos vidas que se desvivieron por él, y a las cuales no supo recompensar.

Maestra Vida: el punto neurálgico y el mensaje central de toda la producción se encierran en esta compleja canción. Alcanzando cierta madurez, Ramiro da Silva, acusado por el barrio entero de ser el culpable de las desgracias de sus padres, da su versión de los hechos. Una vida que siempre le costó vivir, con desgracias y maravillas, con heridas y cuchillos. Un hombre que fue víctima y a la vez victimario, que ahora se lamenta de lo hecho, pero sin dejar de lado su personalidad rebelde que le hace preguntarle al mismo Dios, qué diablos había sucedido. Sus desgarradores gritos, llamando a su padre, resultan más bien potentes gritos de perdón, más aún si es que ellos trataron, mal que bien, de darle todo lo que pudieron en su crianza. Un canto a la vida misma que, luego de escuchar el resto del disco, se trasluce con claridad, dejando ver los verdaderos sentimientos de un personaje de ambiguos matices.

Hay que vivir: Blades guardó este pequeño mensaje para el final; pase lo que pase, hay que vivir. Las cosas vuelven a su orden natural, por mucho que el sufrimiento parezca indicarnos de que no sea así. Si lo vemos desde esa perspectiva, Carmelo y Manuela fallecieron como padres sufridos y adorados, y Ramiro quedó con la carga de conciencia que, en teoría, se merecía, siguiendo en vida, pero con una cruz tal vez muy pesada. Aunque parezca contradictorio, no hay nada mejor que la experiencia para enseñar; más allá de las lecciones que uno pueda aprender en libros, profesores o padres de familia. Ramiro lo tuvo que aprender así, "a la mala", como quizás todos aprendemos lo que al final recordamos.

Maestra Vida es una producción sin precedentes ni sucesores; una verdadera obra maestra de la música que no puede faltar en la discoteca de ningún melómano. Un disco, además, que dejó claro que la labor intelectual de un músico (o político, como Blades) puede mezclarse perfectamente con los ritmos latinos, aunque esto signifique resaltar nuestro lado menos agradable, pero inminentemente real. Y aunque cueste aceptarlo a veces.